No cabe la menor duda de que siempre que nos planteamos aprender algo nuevo, esta acción surge de una necesidad. Esta necesidad puede ser simplemente obtener una serie de créditos u horas de formación para cobrar un complemento o la necesidad de cambiar algo que entendemos no estamos haciendo todo lo bien que podríamos por falta del conocimiento que hemos decidido adquirir.
Este nuevo aprendizaje se realiza en entornos muy diversos, y cuando estamos fuera de la edad escolar, como es mi caso, los lugares para adquirir este conocimiento es diverso. Aprendemos en los espacios y horas que tenemos disponibles fuera de nuestras obligaciones, intentando exprimir al máximo ese tiempo y robando parte de nuestro tiempo personal al ese aprendizaje que luego llevaremos a nuestro entorno laboral.
Para ello, utilizamos todos los recursos a nuestro alcance, utilizamos los dispositivos conectados para acceder a la información, a través de documentos, vídeos, o libros digitales. Además, intentamos consultar con aquellas personas cercanas que ya disponen de ese conocimiento, de forma que nos podrán guiar y hacer que no cometamos errores que ellos cometieron durante el mismo proceso.
Todo esto, en poco o nada se parece a los procesos de aprendizaje en las escuelas, donde hoy por hoy, en la mayoría de las aulas, se sigue utilizando la misma metodología y prácticamente con los mismo recursos que cuando nosotros mismos o incluso nuestros padres estaban en esas mismas sillas de esas mismas aulas.
Poco o nada, han cambiado los centros a excepción de unos muchos que por suerte están haciendo que en lugar de ser ellos la excepción, lo sean los inmóviles y anclados al pasado.
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